Cuando leo que un ex alto funcionario es acusado de utilizar los bienes del Estado en provecho suyo y de su partido, viene a mi memoria una anécdota que alguna vez me contó mi padre. Estaba él tomando un café, un mediodía de hace ya muchos años, en una tradicional confitería de Perú y Avenida de Mayo. De repente se sorprendió al ver entrar a un señor mayor acompañado de uno más joven, se sentaron y pidieron un par de cafés. Mi padre no podía creer lo que estaban viendo su ojos. No quería ser indiscreto, pero cada tanto se daba vuelta para ver si esos señores continuaban ahí. Después de tomar sus cafés, el hombre mayor llamó al mozo y le pidió la cuenta. El mozo le dijo que la casa invitaba. Este señor insiste y le dice que quería pagar la cuenta. "No pibe, decime cuánto es", casi ordena. El mozo le dice el importe y el hombre más joven cancela la deuda. Se levantan de sus asientos, y muy tranquilamente continúan con su charla caminando por Avenida de Mayo hacia la Casa de Gobierno. Los dos solos, sin custodias, sin exhibicionismos, como dos simples ciudadanos. Mi papá salió a la puerta y miró cómo las solitarias figuras se empequeñecían en la distancia, cruzando Plaza de Mayo, hasta que dejó de verlos, cuando desaparecieron en la puerta de Balcarce 50. Eran el doctor Arturo Illia, presidente de la Nación en ejercicio, y su secretario privado. Ni el café quiso que le regalaran.
-Carta del lector Eduardo Mundani, publicada en el Clarín de hoy.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario